martes, 20 de octubre de 2015

Wifredo Lam: Avant-Garde Afro-Cuban Painter

2 comentarios:

  1. En el tambor habla Dios / frase ritual Abakúa
    Durante la trata esclavista, el Caribe se nutrió de creencias de los diferentes grupos étnicos que llegaron a estas tierras. Las influencias, en muchos casos, se hicieron recíprocas entre las diferentes etnias, de manera que a veces se torna difícil distinguir entre una y otra manifestación religiosa.

    El complejo de asociaciones Abakuá o Ñáñigas son sociedades secretas consideradas como hermandades para la ayuda mutua, de las cuales sobreviven más de un centenar en las ciudades-puerto de La Habana, Matanzas y Cárdenas en Cuba y que hoy son únicas en el continente americano.

    Las asociaciones abakuá tienen sus antecedentes en las sociedades secretas que existieron en la región nigeriana del Calabar y en los Cabildos de Nación. Las funciones principales de estos últimos, eran ayudar y socorrer a todos aquellos miembros que lo necesitaran; además de perpetuar su cultura a través de las celebraciones de los domingos, donde se realizaban ritos que contribuían a preservar y mantener sus tradiciones.
    Se supone que, en Cuba, la primera asociación fue constituida a principios del siglo XIX con los mismos fines que los de los Cabildos de Nación. Así, en el año 1836, el cabildo de negros carabalí Apapá Efik inicia sus cultos secretos con un grupo de negros nacidos en la isla o criollos. Estas agrupaciones, exclusivas de hombres, surgieron con un carácter mutualista que contribuyó a que las potencias de ñáñigos se incrementaran rápidamente. Ya en 1840, en la capital del país existían más de sesenta. El 24 de diciembre de 1862, el cabildo carabalí Bríkamo "Niño Jesús" de Matanzas, inicia a un grupo de negros criollos en el abakuá, los que toman el nombre de Blabanga.

    En 1863, el habanero Andrés Facundo de los Dolores Petit, consiguió que su potencia Bakokó Efor permitiera la entrada de blancos. Se convertía de esta manera el ñañiguísmo, en la primera asociación en la Isla que aunó hombres y no razas. Tanto en La Habana como en Matanzas, sus propósitos trascendieron a tal punto que se formaron sólidas hermandades que congregaron a trabajadores de los puertos, las tabaquerías y otros sectores laborales.
    Desde mediados del siglo XIX, estas sociedades fueron prohibidas por las autoridades españolas. Sus ceremonias fueron siempre realizadas secretamente. El ritual abakuá incluye celebraciones -llamadas en Cuba Plantes- de dos tipos: privadas, en las que sólo pueden participar los iniciados y cuya divulgación es estrictamente prohibida; y otras, a las que concurren, incluso, miembros ajenos a la sociedad donde se canta y se baila por lo que se pueden considerar como un acto de expresión de cultura.

    El mito en el que se basan los ritos abakuá de iniciación, tuvo su origen en una leyenda africana que narra la historia del hallazgo del Pez Sagrado por la princesa Sikán, hija del rey Iyamba, de la nación Efó. El Mito de Sikán determinó además, que sólo hombres pudieran ser iniciados en esta religión para lo cual debían ser dignos, fraternos, laboriosos, cumplidores del código ético cultual, al igual que buen padre, buen hijo, buen hermano y buen amigo.
    Los principales atributos ñáñigos son, en primer lugar, los tambores del orden ritual, con los cuales se ejecuta solamente las llamadas al orden y que se preservan dentro del templo sagrado llamado famba, al cual sólo tiene acceso la alta jerarquía abakuá. El más importante es el ekue o tambor de fundamento y secreto, que se toca por fricción y que reproduce la sagrada voz de Abasí Tanze. Además, están los bastones o atributos de los jefes principales. Por su parte, la música ñáñiga se ejecuta con otro grupo de tambores, los cuales de mayor a menor reciben los nombres de bonkó-enchemiyé, obí-apá, cuchíyeremá, y benkomo. Completan la orquesta los itones o palos, el cencerro o ekón, y las erikundis o sonajas.

    El ñañiguismo no puede desligarse de las creencias africanas entorno a la influencia que ejercen los antepasados.

    caribeinsider.com

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  2. El adjetivo y sus arrugas

    Alejo Carpentier
    Los adjetivos son las arrugas del estilo. Cuando se inscriben en la poesía, en la prosa, de modo natural, sin acudir al llamado de una costumbre, regresan a su universal depósito sin haber dejado mayores huellas en una página. Pero cuando se les hace volver a menudo, cuando se les confiere una importancia particular, cuando se les otorga dignidades y categorías, se hacen arrugas, arrugas que se ahondan cada vez más, hasta hacerse surcos anunciadores de decrepitud, para el estilo que los carga. Porque las ideas nunca envejecen, cuando son ideas verdaderas. Tampoco los sustantivos. Cuando el Dios del Génesis luego de poner luminarias en la haz del abismo, procede a la división de las aguas, este acto de dividir las aguas se hace imagen grandiosa mediante palabras concretas, que conservan todo su potencial poético desde que fueran pronunciadas por vez primera. Cuando Jeremías dice que ni puede el etíope mudar de piel, ni perder sus manchas el leopardo, acuña una de esas expresiones poético-proverbiales destinadas a viajar a través del tiempo, conservando la elocuencia de una idea concreta, servida por palabras concretas. Así el refrán, frase que expone una esencia de sabiduría popular de experiencia colectiva, elimina casi siempre el adjetivo de sus cláusulas: "Dime con quién andas...", " Tanto va el cántaro a la fuente...", " El muerto al hoyo...", etc. Y es que, por instinto, quienes elaboran una materia verbal destinada a perdurar, desconfían del adjetivo, porque cada época tiene sus adjetivos perecederos, como tiene sus modas, sus faldas largas o cortas, sus chistes o leontinas.

    El romanticismo, cuyos poetas amaban la desesperación -sincera o fingida- tuvo un riquísimo arsenal de adjetivos sugerentes, de cuanto fuera lúgubre, melancólico, sollozante, tormentoso, ululante, desolado, sombrío, medieval, crepuscular y funerario. Los simbolistas reunieron adjetivos evanescentes, grisáceos, aneblados, difusos, remotos, opalescentes, en tanto que los modernistas latinoamericanos los tuvieron helénicos, marmóreos, versallescos, ebúrneos, panidas, faunescos, samaritanos, pausados en sus giros, sollozantes en sus violonchelos, áureos en sus albas: de color absintio cuando de nepentes se trataba, mientras leve y aleve se mostraba el ala del leve abanico. Al principio de este siglo, cuando el ocultismo se puso de moda en París, Sar Paladán llenaba sus novelas de adjetivos que sugirieran lo mágico, lo caldeo, lo estelar y astral. Anatole France, en sus vidas de santos, usaba muy hábilmente la adjetivación de Jacobo de la Vorágine para darse "un tono de época". Los surrealistas fueron geniales en hallar y remozar cuanto adjetivo pudiera prestarse a especulaciones poéticas sobre lo fantasmal, alucinante, misterioso, delirante, fortuito, convulsivo y onírico. En cuanto a los existencialistas de segunda mano, prefieren los purulentos e irritantes.

    Así, los adjetivos se transforman, al cabo de muy poco tiempo, en el academismo de una tendencia literaria, de una generación. Tras de los inventores reales de una expresión, aparecen los que sólo captaron de ella las técnicas de matizar, colorear y sugerir: la tintorería del oficio. Y cuando hoy decimos que el estilo de tal autor de ayer nos resulta insoportable, no nos referimos al fondo, sino a los oropeles, lutos, amaneramientos y orfebrerías, de la adjetivación.

    Y la verdad es que todos los grandes estilos se caracterizan por una suma parquedad en el uso del adjetivo. Y cuando se valen de él, usan los adjetivos más concretos, simples, directos, definidores de calidad, consistencia, estado, materia y ánimo, tan preferidos por quienes redactaron la Biblia, como por quien escribió el Quijote.ciudadseva.com

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