miércoles, 12 de agosto de 2015

Isadora Duncan, la musa de la danza libre

Durante su etapa en Londres, Isadora Duncan, siempre inquieta y autodidacta, pasa largas horas en el Museo Británico. Le fascinan las expresiones artísticas de la Grecia clásica, y muy especialmente los vasos decorados con figuras danzantes. De ellas adoptará algunos elementos característicos de su danza, tales como inclinar la cabeza hacia atrás como las bacantes.
Es en esta época cuando comienza a consolidarse el estilo único de Isadora. Se trata de una danza muy alejada de los patrones clásicos conocidos hasta entonces, incorporando puestas en escena y movimientos que tenían más que ver con una visión filosófica de la vida ligada quizá al expresionismo (línea de pensamiento artístico incipiente por aquella época), y por tanto a una búsqueda de la esencia del arte que solo puede proceder del interior.
Isadora era plenamente consciente de que su estilo suponía una ruptura radical con la danza clásica, y en este sentido se veía a sí misma como una revolucionaria precursora en un contexto artístico de revisión generalizada de los valores antiguos. Al mismo tiempo que su estilo se iba consolidando, Isadora estudiaba en profundidad la danza y la literatura antiguas a través de los museos, particularmente el Louvre de París, la National Gallery de Londres y el Museo Rodin.
Los temas de las danzas de Isadora eran clásicos, frecuentemente relacionados con la muerte o el dolor, pero en oposición a los asuntos de la danza clásica conocida hasta entonces, que giraban en torno a héroes, duendes y trasgos.
Su puesta en escena era también revolucionaria, y en cierto sentido minimalista: apenas algunos tejidos de color azul celeste en lugar de los aparatosos decorados de los montajes conocidos hasta entonces y una túnica vaporosa que dejaba adivinar el cuerpo y entrever las piernas desnudas y los pies descalzos, frente a los vestidos de tutú, zapatillas de punta y medias rosadas de rigor en el ballet clásico. Isadora bailaba sin maquillaje y con el cabello suelto, mientras que lo habitual en aquella época era maquillarse a conciencia y recogerse el pelo en un moño o coleta.
Es comprensible que el estilo de Isadora chocase en un principio al público del momento, acostumbrado al lenguaje de la danza clásica. Isadora hubo de aguantar abucheos e interrupciones de diversa índole en sus sesiones de danza durante algún tiempo, siendo notable en este sentido la polémica que se desató durante una gira por América del Sur en 1916.

En Argentina[editar]

Llegó a Buenos Aires por primera vez en 1916. La bailarina californiana tenía en ese momento 38 años y su fama y su éxito habían alcanzado, particularmente en Europa, alturas extraordinarias. Pero el golpe atroz que había representado para ella la muerte en 1913 de sus dos pequeños hijos en un accidente de auto cerca de París, alteró su vida de una manera definitiva. Las extravagancias de Isadora —que incluían una despreocupación completa por el dinero, lo tuviera o no— se volvieron más acusadas y lo mismo ocurrió con su desinterés por las convenciones sociales.
El barco que la traía desde Río de Janeiro atracó en Buenos Aires a principios de julio e Isadora se encontró con una primera dificultad: las cortinas y alfombras que acompañaban sus recitales no habían llegado y tuvo que encargar otras nuevas porque la primera presentación estaba programada para pocos días más tarde. El costo era aproximadamente de 4000 dólares y como no tenía efectivo para afrontar este gasto inesperado, arregló pagar a crédito. Las partituras orquestales de sus programas también estaban en viaje desde Francia, pero fue fácil reemplazarlas gracias a la ayuda del director del Conservatorio de Buenos Aires, que prestó las partituras de la biblioteca de la institución.
A pesar de que disponía de poco dinero Isadora se alojó en el Plaza Hotel y mientras se preparaba para sus conciertos comenzó a recorrer la ciudad. Su biógrafa, la estadounidense Frederika Blair, cuenta que visitó no sólo los barrios elegantes «sino también La Boca, centro de la rutilante vida nocturna de la ciudad (sic)».
Los espectadores de su primer concierto, el 12 de julio, recibieron las danzas de Isadora un tanto fríamente. El público porteño estaba acostumbrado al lenguaje del ballet, aun en sus formas renovadoras —Vaslav Nijinsky con los Ballets Russes se habían presentado en el Teatro Colón tres años antes con un éxito colosal— y encontró pobre y limitada la técnica de Isadora. La víspera del segundo concierto fue con un grupo de amigos a un club nocturno y allí, impulsada por la excitación del momento, se lanzó a bailar el himno nacional. Al día siguiente el gerente del Coliseo adujo que ella había faltado al contrato con él al ofrecer esa actuación imprevista y amenazó con anular el próximo concierto. Fue necesario todo el tacto de Dumesnil, director musical de la gira, para que el gerente volviera atrás en su decisión.
Sin embargo, otras dificultades se avecinaban. Isadora quería dedicar a Wagner su tercer programa y su director musical, que era francés, se negó a cooperar. Dumesnil tenía una licencia del ejército de su país y consideró que provocaría censuras si en tiempo de guerra participaba en un programa con obras de un compositor alemán. Pero, aunque consiguieron otro director, el programa wagneriano alejó a muchos de los admiradores de Isadora, del mismo modo que los pro alemanes se habían visto afectados por su interpretación de La Marsellesa.
Durante el concierto, algunos de los espectadores comenzaron a hablar en voz alta. Isadora dejó entonces de bailar y se dirigió a ellos de una manera airada, diciendo que ya le habían advertido que los sudamericanos no entendían nada de arte: «Vous n'êtes que de Négres" («No son más que negros»), los increpó, usando una forma —négres— muy despectiva. Este acontecimiento determinó que el administrador cancelara las funciones restantes. Antes de partir para Montevideo, Isadora tuvo que dejar su abrigo de armiño y sus pendientes de esmeraldas como garantía del pago del hotel, pago que no podía efectuar. La piel y las joyas habían sido regalos de su ex amante Paris Singer, un hombre extraordinariamente rico, heredero del imperio Singer de las máquinas de coser, y que había financiado muchas de las aventuras artísticas de Isadora.es.wikipedia.org
La escena del pliegue del peplo en el Partenón de Atenas- Museo Británico

1 comentario:

  1. Isadora Duncan murió en un accidente de automóvil acaecido en Niza (Francia), la noche del 14 de septiembre de 1927, a la edad de 50 años. Murió estrangulada por la larga chalina que llevaba alrededor de su cuello, cuando esta se enredó en la llanta del automóvil en que viajaba. Este accidente dio lugar al comentario mordaz de Gertrude Stein: «La afectación puede ser peligrosa». Duncan viajaba en el asiento del copiloto de un automóvil Amilcar propiedad de un joven y guapo mecánico italiano, Benoît Falchetto, a quien ella irónicamente había apodado «Bugatti» (la marca del automóvil es materia de debate, pero la opinión general es que se trataba de un Amilcar francés modelo GS de 1924. La leyenda transformó después la marca y lo convirtió en un Bugatti, mucho más caro y lujoso). Antes de subir al vehículo, Isadora profirió unas palabras pretendidamente recordadas por su amiga Maria Desti y algunos compañeros: «Adieu, mes amis. Je vais à la gloire!» (¡«Adiós, amigos míos, me voy a la gloria!»). Sin embargo, según los diarios del novelista estadounidense Glenway Wescott, que estaba en Niza en ese entonces y visitó el cuerpo de Duncan en el depósito de cadáveres (sus diarios están en la colección de la biblioteca de Beineke, en la Universidad de Yale), Desti admitió haber mentido sobre las últimas palabras de la bailarina, y confesó a Wescott que estas habían sido: «Je vais à l'amour» («Me voy al amor»). Al parecer, Desti consideró estas palabras poco apropiadas como un último testimonio histórico de su ilustre amiga, ya que indicaban que Isadora y Benoît partían hacia uno de sus encuentros románticos. Cualesquiera que fuesen sus palabras, cuando Falchetto puso en marcha el vehículo, la delicada chalina de Duncan (una estola pintada a mano, regalo de su amiga Desti, suficientemente larga como para envolver su cuello y su talle y ondear por fuera del automóvil), se enredó entre la llanta de radios y el eje trasero del coche provocando la muerte por estrangulamiento de Isadora.
    En el obituario publicado en el diario New York Times el 15 de septiembre de 1927 podía leerse lo siguiente: «El automóvil iba a toda velocidad cuando la estola de fuerte seda que ceñía su cuello empezó a enrollarse alrededor de la rueda, arrastrando a la señora Duncan con una fuerza terrible, lo que provocó que saliese despedida por un costado del vehículo y se precipitase sobre la calzada de adoquines. Así fue arrastrada varias decenas de metros antes de que el conductor, alertado por los gritos, consiguiese detener el automóvil. Se obtuvo auxilio médico, pero se constató que Isadora Duncan ya había fallecido por estrangulamiento, y que sucedió de forma casi instantánea».2 3 4
    Isadora Duncan fue incinerada, y sus cenizas fueron colocadas en el columbario del Cementerio del Père-Lachaise (en París).
    En el Panteón de San Fernando, en Ciudad de México, hay un nicho de homenaje a su nombre.5
    es.wikipedia.org

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