martes, 30 de junio de 2015

Miguel Angel Ríos

2 comentarios:

  1. Le interesa toda una narrativa simbólica que conduzca a una metáfora del tiempo que a cada quien le toca vivir.
    Aplica técnicas sobre los mapas coloniales, plegados, cortados; destaca el movimiento, el volumen, el tratamiento del espacio.
    Destaco donde dice que-América se vea cono un encaje femenino, seductor, como que no pasa nada- es indudable-me parece el-engaña-ojo. El doma mirada. Lacan en su Seminario 11, señala muy bien esta cuestión:
    En el cuadro, a diferencia de lo que ocurre con la percepción, siempre podemos notar una ausencia, un agujero, que corresponde en el ojo a la pupila; detrás de este agujero está la mirada, por lo que en el cuadro siempre estará marcada una pantalla central. Es por eso que el cuadro no es una representación.

    Después Lacan se pregunta: ¿Qué es lo que está en juego en la creación artística? ¿Qué del cuadro, es lo que procura tanta satisfacción? No es sólo el hecho de comprobar que algunos pueden vivir de la explotación de su deseo.

    El doma-mirada del cuadro, se presenta también como engaña-ojo, dice, y recuerda los dos niveles en que analiza las obras de Zeuxis y Parrasios; mientras que en el caso del pintor de uvas, se trata de la función natural del señuelo, Parrasios nos muestra que la mejor manera de engañar a un hombre, es presentándole la pintura de un velo, algo más allá de lo cual pide ver[3].

    ¿Qué nos satisface del engaña-ojo, entonces? Que en cualquier momento puede aparecer como otra cosa y que esa otra cosa es el a minúscula, que sostiene lo que se representa aunque no puede ser visto. Lo que promueve sosiego en el dar a ver del cuadro, es que en quién mira existe un apetito del ojo y es esta hambre del ojo, lo que da su valor de encantamiento a la pintura.
    En el Seminario 20 dirá Lacan
    Sólo se interpela, se evoca, acosa a partir de un semblante. De una apariencia que resulta una apariencia verdadera. Hablo más allá de lo dicho; muestro -el decir- cosa que implica la dimensión de la verdad.

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  2. En los tiempos del inicio de la enseñanza de Lacan, el concepto de semblante arraigó fuertemente en el registro de lo imaginario. Aludía a la apariencia, a la imagen. Más adelante, cuando Lacan dicta el seminario “De un discurso que no fuera del semblante” descubre en una mirada retrospectiva retornando sobre su propia obra –especialmente a los escritos sobre el “Discurso de Roma” y “La carta robada”– que la palabra articulada en discurso, también produce semblante. Que se trata del semblante como objeto a através del cual se regula la economía del discurso. Semblante que oficia de saber en el lazo social y que, a diferencia del que pasa por la imagen, puede producir una ruptura. Ruptura de saber cuando muestra en el límite de ese saber el anuncio de una verdad.

    El semblante es el artefacto que hace que en la apariencia discursiva emerja la letra para revelar el litoral entre saber y verdad, donde la faceta del saber claudica y cede el lugar a la verdad. Esto es lo que despliega Lacan en la clase del 12 de mayo de 1971. Citamos: “Es evidentemente la cuestión que se proponen en la literatura llamada de vanguardia, que es ella misma un hecho de litoral y por consiguiente no se sostiene de la apariencia, pero sin embargo, no prueba nada, sino que muestra la ruptura que sólo un discurso puede producir –dije producir, poner adelante el efecto de producción– es el esquema de mis cuadrípodos del año pasado. Por lo que parece, una literatura en esta condición pretende lo que yo marco como lituraterrizar: es ordenarse con un movimiento que ella llama científico. Y en efecto, en la ciencia la escritura ha hecho maravillas, y estas maravillas no están cerca de agotarse”.
    El status de la verdad consiste en no poder decirse, siempre está, en otro plano, en un pliegue, en un giro(del trompo) el plano que no se dice blanco sobre negro sino que se deja oir.
    El artista da un rayo de luz, un resplandor de la verdad. Esos perros acechando al bailarín, constituyen un significado desde lo llovido del semblante.

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