martes, 9 de septiembre de 2014

LA MUERTE DE IVÁN ILICH, LEÓN TOLSTOI

La muerte de Iván Ilich
Autor: León Tolstói
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Nº Cds: 3 cds
León Tostói
(1828 – 1910)


Lev Nikoláyevich Tolstói, más conocido como León Tolstói, nació en Yásnaya Poliana, Rusia, en el seno de una de las familias la más antigua nobleza, el 9 de septiembre de 1828.
Es considerado como uno de los escritores más importantes de la historia de la literatura, y sus obras se cuentan entre las más importantes del Realismo.
Con 10 años, tras la muerte de sus padres, se trasladó a Kazán, estudiando en dicha ciudad y en la Universidad de San Petersburgo, en donde se licenció en Derecho.
Pudo observar junto a uno de sus hermanos la guerra entre Rusia y Turquía, que le sirvió para hacerse una buena idea del ambiente marcial del ejército zarista.
Tolstói ejerció una gran influencia en el anarquismo de Kropotkin y en la resistencia no violenta de Gandhi, con el que mantenía contacto epistolar, así como en el vegetarianismo, siendo también un gran defensor del esperanto y un pacifista convencido.
Algunas de sus obras más importantes son Los cosacos (1863), Guerra y Paz (1865-1869), Anna Karénina (1875-1877), Confesión (1882), La muerte de Iván Ilich (1886) y Resurrección (1899).
Sus obras han sido llevadas al cine y a la televisión en más de un centenar de ocasiones, siendo uno de los autores más adaptados de todos los tiempos.
En sus últimos años, Tolstói intentó renunciar a sus propiedades en favor de los pobres, aunque su esposa lo impidió.
Intentando huir de su casa, murió en la estación ferroviaria de Astápovo, el 20 de noviembre de 1910, a los 82 años, y sus últimas palabras fueron: "Hay sobre la tierra millones de hombres que sufren: ¿por qué estáis al cuidado de mí solo?".
LA MUERTE DE IVÁN ILICH


La muerte de Iván Ilich La muerte de Iván Ilich fue publicada en 1886.
Esta novela, inspirada en hechos reales, fue aclamada por Vladimir Nabokov y por Mahatma Gandhi como la más grande de toda la literatura rusa.
La trama gira en torno a Iván Ilich, un pequeño burócrata que
fue educado en su infancia con las convicciones de poder alcanzar un puesto dentro del gobierno Zarista.
Poco a poco sus ideales se van cumpliendo, pero se dará cuenta de que ha sido inútil su esfuerzo; al llegar a la posición que siempre ha soñado, se encuentra con el dilema de descifrar el significado de tanto sacrificio, y de valorar también el malestar reinante en su pequeño entorno familiar.
Un día, se golpea al reparar unas cortinas y comienza a sentir un dolor que lo aqueja constantemente.
Dicho golpe es totalmente simbólico: sube a una escalera y cuando está en lo más alto -no sólo en la escalera, sino en el estatus que ha tomado en su posición social- cae, y ahí comenzará su declive.
Poco a poco, Iván Ilich irá muriendose, y planteándose el porqué de esa muerte y de esa soledad que lo corroe. La muerte de Iván Ilich es una mirada directa a ese vacío que tanta angustia nos reporta: la muerte.
Audiolibro- Se puede escuchar completo en www.escuchadeunlibro.com

1 comentario:

  1. (...)«Cuando yo ya no exista, ¿qué habrá? No habrá nada. Entonces ¿dónde estaré cuando ya no exista? ¿Es esto morirse? No, no quiero.» Se incorporó de un salto, quiso encender la bujía, la buscó con manos trémulas, se le escapó al suelo junto con la palmatoria, y él se dejó caer de nuevo sobre la almohada.

    «¿Para qué? Da lo mismo -se dijo, mirando la oscuridad con ojos muy abiertos-. La muerte. Sí, la muerte.

    Y ésos no lo saben ni quieren saberlo, y no me tienen lástima. Ahora están tocando el piano. (Oía a través de la puerta el sonido de una voz y su acompañamiento.) A ellos no les importa, pero también morirán.

    ¡Idiotas! Yo primero y luego ellos, pero a ellos les pasará lo mismo. Y ahora tan contentos... ¡los muy bestias!» La furia le ahogaba y se sentía atormentado, intolerablemente afligido. Era imposible que todo ser humano estuviese condenado a sufrir ese horrible espanto. Se incorporó.

    «Hay algo que no va bien. Necesito calmarme; necesito repasarlo todo mentalmente desde el principio.»

    Y, en efecto, se puso a pensar. «Sí, el principio de la enfermedad. Me di un golpe en el costado, pero estuve bien ese día y el siguiente. Un poco molesto y luego algo más. Más tarde los médicos, luego tristeza y abatimiento. Vuelta a los médicos, y seguí acercándome cada vez más al abismo. Fui perdiendo fuerzas.

    Más cerca cada vez. Y ahora estoy demacrado y no tengo luz en los ojos. Pienso en el apéndice, pero esto es la muerte. Pienso en corregir el apéndice, pero mientras tanto aquí está la muerte. ¿De veras que es la muerte?» El espanto se apoderó de él una vez más, volvió a jadear, se agachó para buscar los fósforos, apoyando el codo en la mesilla de noche. Como ésta le estorbaba y le hacía daño, se encolerizó con ella, se apoyó en ella con más fuerza y la volcó. Y desesperado, respirando con fatiga, se dejó caer de espaldas, esperando que la muerte llegase al momento.

    Mientras tanto, los visitantes se marchaban. Praskovya Fyodorovna los acompañó a la puerta. Ella oyó caer algo y entró.

    -¿Qué te pasa?

    -Nada. Que la he derribado sin querer.

    Su esposa salió y volvió con una bujía. Él seguía acostado boca arriba, respirando con rapidez y esfuerzo como quien acaba de correr un buen trecho y levantando con fijeza los ojos hacia ella.

    -¿Qué te pasa, lean?

    -Na...da. La he de...rri...bado. (¿Para qué hablar de ello? No lo comprenderá -pensó.)

    Y, en verdad, ella no comprendía. Levantó la mesilla de noche, encendió la bujía de él y salió de prisa porque otro visitante se despedía. Cuando volvió, él seguía tumbado de espaldas, mirando el techo.

    -¿Qué te pasa? ¿Estás peor?

    -Sí.

    Ella sacudió la cabeza y se sentó.

    -¿Sabes, Jean? Me parece que debes pedir a Leschetitski que venga a verte aquí.

    Ello significaba solicitar la visita del médico famoso sin cuidarse de los gastos. Él sonrió maliciosamente y dijo: «No.» Ella permaneció sentada un ratito más y luego se acercó a él y le dio un beso en la frente.

    Mientras ella le besaba, él la aborrecía de todo corazón; y tuvo que hacer un esfuerzo para no apartarla de un empujón.

    -Buenas noches. Dios quiera que duermas.

    -Sí.


    La muerte de Iván Ilich de León Tolstoi Cap. V
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